Nadie duda de que uno de los mayores retos a los que se enfrenta la sociedad actual es la transición hacia un sistema alimentario sostenible que sea respetuoso con los ecosistemas y al mismo tiempo sano para los consumidores, democrático y agroecológico. En 2050 la población mundial ascenderá a 9.500 millones de habitantes y, según estimaciones de la FAO, la producción alimentaria tendrá que aumentar un 60% para satisfacer sus necesidades.
En el marco de la segunda edición de Otoño Verde de la Temporada Cultural 2024, el Institut français de España y la Fundación Daniel y Nina Carasso organizamos una mesa redonda en la que reunimos a destacados expertos franceses y españoles en la sede madrileña del Institut français de España.
Bajo el título Desafíos de la Alimentación del Futuro, la mesa redonda reunió a Nicolas Bricas, director de la Cátedra UNESCO sobre Sistemas Alimentarios Mundiales; Jean-Baptiste Fauré, ingeniero agrónomo y Consejero Agrícola en la Embajada de Francia en Madrid para la Península Ibérica; Tomás García Azcárate, vicedirector del Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD –CSIC); y Gloria I. Guzmán Casado, socia fundadora y presidenta de Alimentta y miembro del Laboratorio de Historia de los Agroecosistemas (LHA) de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Junto a ellos, Pilar Martínez, responsable de proyectos de Alimentación Sostenible en la Fundación Daniel y Nina Carasso, ejerció de moderadora.
Los retos de la alimentación del futuro
La alimentación es la base de la vida y al mismo tiempo un sector causante de diversos impactos ambientales y sociales. Transformar el sistema alimentario, desde la producción hasta el consumo, es esencial para garantizar el acceso universal a una alimentación sostenible. Tomás García Azcárate, experto en política agraria europea y miembro del Consejo Asesor de Asuntos Europeos de la Comunidad de Madrid, destacó que la crisis alimentaria actual no se reduce a la falta de alimentos, sino que radica en su distribución desigual y en patrones de consumo desequilibrados. “No falta alimento, falla su distribución y también nuestra dieta, basada en un consumo excesivo de proteínas animales. Europa no tiene que alimentar al mundo, sino enseñar cómo hacerlo de manera sostenible y para eso hace falta claridad de ideas, ambición y presupuestos”, señaló.
El ingeniero agrónomo Jean Baptiste-Fauré recordó las razones que empujaron a los agricultores a las calles de Europa: tenían la impresión de haber participado en la transición y, sin embargo, sentían que las normas se les imponían. “Hablaban de la degradación de su oficio, de que la sociedad no valora su aportación a la alimentación y su lucha contra el cambio climático”, apuntó. Además, subrayó la falta de coherencia entre la política medioambiental y la política comercial europea que favorece la entrada de alimentos de otros países en los que las medidas para asegurar su procedencia son más laxas. Según Baptiste-Fauré, esta falta de armonía obstaculiza el avance hacia una agricultura sostenible creando un escenario en el que “es difícil pedir más a nuestros agricultores si no solucionamos la coherencia de las políticas”.
Un ejemplo real e inspirador es el que puso sobre la mesa Nicolas Bricas, miembro del panel internacional de expertos IPES-Food: recordó el caso de un alcalde que quiso erradicar el hambre en su ciudad mediante un modelo de gobernanza intersectorial., que fue replicado por Lula da Silva en Brasil y, más tarde, en Toronto. La influencia de estos modelos se ha extendido globalmente y ha inspirado a numerosas ciudades que firmaron el Pacto de Milán para adoptar políticas alimentarias sostenibles.
No obstante, “la alimentación no solo es llenar la tripa sino también una manera de relacionarnos con los demás, pero olvidamos que la comida viene de la agricultura porque en la ciudad no se sabe muy bien cómo se produce en el campo”, recordó Bricas. En este sentido, Gloria I. Guzmán, socia fundadora y presidenta del think tank Alimentta, aseguró que “incluir la agroecología podría acelerar la transición hacia sistemas alimentarios más sostenibles”. Para ello, hizo hincapié en que es necesario trabajar con movimientos sociales y con los individuos de manera que se pueda analizar el problema en toda la cadena. “La agroecología propone soluciones factibles no solo a nivel del campo sino también a nivel local y político”.
Sin embargo, señaló un problema que cada vez preocupa más: la degradación y desaparición de la agricultura y la ganadería familiar. “Nos estamos quedando sin base social para producir de manera sostenible. Es un riesgo dejar la seguridad alimentaria en manos de multinacionales”, advirtió. Para revertir esta situación, una de las soluciones para la viabilidad de nuestros campos sería sembrar leguminosas que nutren la tierra. Sin embargo, esta medida se complica si tenemos en cuenta que estos productos vienen a bajo precio desde otros países, por lo que el consumo de producción autóctona se reduce drásticamente
El reto de las pequeñas explotaciones
Otro de los retos que se abordaron durante la mesa de debate fue el de asegurar que las pequeñas explotaciones sean rentables o cómo conseguir buenos alimentos a un precio digno, tanto para el productor como para el consumidor. En este sentido, Jean Baptiste-Fauré indicó que los gobiernos están trabajando en torno al problema de los ingresos de los agricultores y quieren garantizar la alimentación sana y equilibrada a un precio asequible para el consumidor. Para ello, Baptiste-Fauré sugirió que el consumidor “debería volver a encontrar el gusto por cocinar y comprar alimentos en bruto, naturales, y transformarlos en casa. Comprar alimentos frescos y cocinar permite ahorrar y al mismo tiempo tener una alimentación más sana. Es una pequeña idea sobre cómo garantizar precios más asumibles”.
También existen otros problemas que preocupan a los agricultores y que Nicolas Bricas quiso poner sobre la mesa: el envejecimiento de la población y el encarecimiento del precio de la tierra, que la convierte en inalcanzable para los nuevos agricultores. “Están llegando los fondos de inversión y esta gran agricultura en volumen y superficie cambiará de rostro en los próximos años”, advirtió. Por esa razón, instó a reflexionar en torno a la propiedad de la tierra y en torno a crear modelos más inclusivos que permitan el acceso a los jóvenes a la agricultura.
Además, Tomás García Azcárate hizo un llamamiento a que los fondos públicos “prioricen la agricultura familiar porque es la que tiene más dificultad para dar el salto tecnológico. Hay que decretar el apoyo a estas explotaciones familiares junto a otras iniciativas que puedan existir en circuitos cortos”.
En un sistema de alimentación más justa, sana y resiliente, “debemos sustituir la proteína animal por la vegetal y, cuando queramos consumir proteína animal, optar por opciones de ganadería de pastoreo. Esto permite mantener la biodiversidad. Por supuesto, también es importante priorizar la alimentación de cercanía y de origen ecológico y prescindir de comida precocinada, tanto por razones de salud como ambientales, debido al elevado coste energético o de embalajes que suponen”, señaló Gloria I. Guzmán.
A pesar de todos los retos a los que se enfrenta la alimentación del futuro, la mesa redonda que reunió a estos cuatro expertos en la materia, concluyó con un mensaje de esperanza y responsabilidad compartida. Todos coincidieron en que la transición hacia un sistema alimentario sostenible y justo es posible, pero requiere un esfuerzo conjunto. Iniciativas como el consumo público en comedores escolares de productos locales y vegetales, la promoción de circuitos de distribución locales y el impulso a la educación alimentaria y la participación ciudadana son pasos fundamentales.
El reto es grande, pero la posibilidad de crear un futuro en el que todos podamos disfrutar de una alimentación sana, sostenible y accesible es, sin duda, un objetivo por el que vale la pena luchar.